Frutos extraños -Leila Guerriero-

«Cuando sentí que, de las opciones posibles, ninguna me importaba, entendí el secreto. Lo entendí para siempre: si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese ‘no’ fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan». 

Leila Guerriero

A ver cómo lo explico, a Leila Guerriero le ha bastado un puñadito de palabras, un par de páginas, para enamorarme. ¿Amor a primera lectura? Pues no lo sé, pero que sentí mariposas en el estómago, seguro. Como para no sentirlas con este primer párrafo: «Escribo como si boxeara. Hay una rabia infinita dentro de mí, una violencia infinita dentro de mí, una nostalgia infinita dentro de mí, una furia infinita dentro de mí, un arrebato ciego dentro de mí. Porque siempre, siempre, siempre escribo como si boxeara. O, mejor, ¿Por qué, siempre, siempre, siempre, escribo como si boxeara?». Es que por favor, no me digáis, golpe directo en el primer round.

Me cuesta mucho hablar de este libro sin recurrir al típico «me ha flipado» -escrito en mayúsculas y muchísimos signos de exclamación-, para transmitir una mínima parte de lo que he sentido leyendo ‘Frutos extraños’. Más que leer, ha sido una experiencia física, la entrada a una realidad que no deja indiferente. Un texto que te provoca y remueve las tripas, con el que comprendes que es precisamente eso lo que buscas en las lecturas, y lo que quieres transmitir cuando escribes sobre un tema.

Leila dice que escribe como si boxeara. Y no puedo evitar pensar que yo leo de la misma manera. Que no paro de acercarme a historias que me dejan cao la mayor parte del tiempo; que me permiten conocer realidades que no son la mía, para deconstruirme y seguir aprendiendo, como un ejercicio de responsabilidad, una deuda con esas voces que el mundo prefiere en silencio. O esas otras experiencias, espejo de las propias, que duelen, sí, pero al mismo tiempo te permite nombrarlas y sanar. 

Leila se mueve por las páginas con fuerza, elegancia y sensibilidad. Te mantiene contra las cuerdas un tiempo, con la mirada fija, en calma, pero en el primer párrafo sabes que será un nocaut y ahí, es cuando te gana «Bien, Pai Mei, allá vamos».  

«Porque las buenas crónicas están escritas con una voz propia que se alimenta de una zona en la que confluyen los libros leídos, las películas vistas, las borracheras, los viajes, los amores vividos. Pero también cosas mucho más peligrosas».